La isla importa el 85% de sus alimentos y, desde el paso del huracán María, sus granjeros, chefs y activistas buscan cambiar la situación
Llegué un mes tarde a la manifestación Monsanto siembra muerte. Era junio de 2015 y me encontraba frente a El Departamento de la Comida, en aquel momento un restaurante y mercado local en el barrio Tras Talleres de San Juan, en Puerto Rico. Me concentraba en mirar un cartel desgastado en el que se leía «Puerto Rico marcha contra Monsanto» y que estaba pegado en la reja cerrada, mostrando una figura de un esqueleto con un cuchillo y una cuchara entrecruzados sobre la garganta, clara señal de que este lugar no callaba sus políticas.
Eso ya lo sabía; estaba ahí por eso. El Departamento había sido citado unos meses atrás en un artículo de The New York Times en el que se reconocía su apoyo al comercio local y a la agricultura orgánica. Aquí vendían productos cultivados en la isla y también los servían en un restaurante que representaba la otra cara de la moneda cuando se piensa en importación y exportación de los alimentos producidos localmente en la isla. Está bien documentado que Puerto Rico importa el 85% de sus alimentos, pero en ese momento el 80% de los vegetales que El Departamento estaba sirviendo eran cultivados en el ámbito local.